Todos tenemos una misión en la vida, que alcanza su fin y cumplimiento cuando encontramos un amor que nos da lugar a que esa vida sea entregada. Sólo así brilla en todo su esplendor la dignidad de la vida humana y tiene fecundidad. Nuestra vida encuentra sentido en la misma consagración a Dios, entregadas a la amistad con Jesús, estando con Él en la oración, en favor de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y de todos los hombres.

Es una vida íntegramente contemplativa, sencilla, que combina equilibradamente momentos fuertes de soledad y de comunión fraterna, vividos en clima de familia. Con nuestra oración, suplicamos que todos los trabajos apostólicos hechos por hermanos nuestros y hombres y mujeres de buena voluntad, sean eficaces y den fruto en la vida de todos.

Podríamos comparar esta forma de vida consagrada con la conocida imagen que usa Santa Teresita para explicar el misterio de la Iglesia como Cuerpo, a partir de la Carta de San Pablo a las Romanos: en el cuerpo de la iglesia ella quiere ser el Amor, impulsado a la manera de la sangre por el corazón. Esa sangre vivifica a todos los miembros del cuerpo. Pero el corazón-amor, está oculto.

Nuestra entrega en el Carmelo puede hacerse realidad sólo cuando hemos experimentado en el profundo secreto de nuestro corazón la llamada personal que Dios nos hace. Algunas hermanas han percibido ese llamado –vocación- desde pequeñas, otras en su adolescencia o juventud. Pero siempre será necesario que la llamada de Dios encuentre respuesta en nuestra libertad humana, sagrada, e irrenunciable.

Para discernir la vocación al Carmelo es esencial el clima de libertad interior donde la joven, en su propio corazón puede ir experimentando gradualmente la veracidad de ese llamado a través de actitudes concretas, como la alegría, la paz, ser cada vez más “una misma”. Esta vocación necesita cuidado para su verificación, crecimiento y desarrollo, poniendo herramientas como la dirección espiritual, la inserción en la parroquia y una eventual ayuda profesional para crecer en el propio conocimiento.

Luego será bueno confrontar esa vivencia interior con la vida de la comunidad a la que la joven se acerca: primero, con los encuentros periódicos con una hermana encargada de la formación y luego, en el tiempo de experiencia (de uno a tres meses). Finalmente, una vez dentro del Carmelo, a través de las distintas etapas graduales de formación: postulantado, noviciado, profesión temporal, hasta llegar a la consagración definitiva con la profesión solemne.

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